Voy a relatar cómo ha sido mi fin de año. El 31, a las 10:30 de la mañana aproximadamente, me bajo en la estación de San Fernando (Cádiz), en la que me está esperando Miguel. Bajo del tren con mi maleta totalmente petada de ropa para 2 días y nos vamos a su super casa, que está en medio de un campo de golf. Llegamos, me pongo mi ropa de golf improvisada (los vaqueros y los chandals están prohibidos en los campos de golf por resultar ofensivos a la vista), cogemos unos carritos/bolsas con palos y cosas y nos encaminamos al campo de prácticas. Conseguimos dos cubos de pelotas de golf (de las que tengo una ahora en mi mochila ^^) y nos ponemos en un sitio de esos que sale en las pelis en los que hay unos cuadrados individuales verdes y todo el mundo está en fila practicando su “swing”. Miguel me ofrece un guante de golf mugriento que yo acepto y se pone a intentar hacerme coger el palo correctamente. Cuando se da por vencido me enseña la técnica de movimiento, que es mucho más complicada que en la Wii. Al intento número 28 consigo golpear la bola, que rueda unos metros. Después de eso me duele mucho el brazo derecho, así que descanso y Miguel se luce enseñándome los distintos “hierros” y “maderas” y el “pitch wedge” y el “sand wedge” y los efectos que producen en las bolas. Como yo me empiezo a aburrir de practicar mi swing, le digo a Miguel que quiero jugar al golf de verdad (con agujeros en el suelo) y me dice que vale, que vamos a los parterres (luego descubrí que se refería a los “pares tres”). Resulta que está todo el campo en obras, con lo que hay zonas en las que en vez de cesped hay barro y también muchas zanjas. Hay unas zanjas de tierra especialmente molestas, cerca del agujero (cerca del “green”) y así se lo hago notar a Miguel, que me dice que eso se llamaba “bunker” y que forma parte del campo de golf. Yo le digo, “sí, venga, ¡si están ahí los rastrillos de las obras y todo!”. En fin, nos ponemos a jugar en esos hoyos y con mi regla lógica e intuitiva de que gana el que primero meta la bola en el agujero gano yo todas las partidas. Además, como siempre le toca tirar al que tiene la bola más lejos del agujero, juego mucho más que él. Me empieza a gustar este deporte, aunque el campo en el que estamos no luce mucho para las fotos, con las obras y con que tiene árboles y todo.
Cuando nos cansamos de todo eso del golf, nos vamos a comer a casa del papá de Miguel (el dueño de mi piso sin ir más lejos), que vive en una casa en la playa (nótese que no digo “cerca de la playa”, digo en la playa) que me insta a aprender inglés y contabilidad y también a quitarme la ropa. Después de comer vamos Miguel y yo a la playa a dar un paseo. Todos los que me conocen saben que odio la playa, pero yo nunca había estado en diciembre en la playa y es una pasada porque no hay nadie, hace calor (para manga corta), la arena está suave y fresquita, las olas suenan y es todo bucólico y poético. Nos quitamos los zapatos y andamos un montón de rato. Rectifico sobre mi opinión de la playa y la matizo: odio la playa en verano. Después de limpiarnos la arena, volvemos a casa de Miguel, cogemos los palos y nos colamos (¡con vaqueros!) en el campo de golf guay para que Miguel juegue (a mí no se me permite jugar en ese campo por el riesgo de que lo destroce) y para hacernos la sesión de fotos de golf. Cuando se hace de noche y dejamos de ver la bola volvemos a su casa y nos ponemos a jugar al Monopoly Disney (ays…) con la adorable y tímida primita de 9 años de Miguel. Gano yo, gracias a Mulán. Nos duchamos y cambiamos de ropa y nos ponemos guapísimos todos para la cena, que es estupenda (a pesar de que se sirve cordero, ¡caníbales!). Cuando ya se van acercando las 12, empiezan a discutir sobre si tomarán uvas o frambuesas con las campanadas. A mí en principio me tira más la tradición de las uvas. Miguel y su madre, partidarios de las frambuesas y su tía y su hermano, partidarios de las uvas, exponen sus argumentos. Al final, el efebo musculoso alemán que la madre conoció a los pocos días de tomar las frambuesas el año anterior pesa sobre el resto de argumentos de la mesa y me decido por las 12 frambuesas, que parece que proporcionan más felicidad. Enciendo también mi Nintendo DS para ver el fin de año en Ovejonia (mi pueblo del Animal Crossing).
Tras las campanadas y la sobremesa, Miguel y yo nos disponemos a salir para perdernos en el desenfreno salvaje de la noche gaditana de fin de año (o algo similar). Después de una hora y pico en un pub no nos atrevemos a hablar con nadie y un tipo se niega a hacernos una foto con nuestros matasuegras y gorritos, así que decidimos largarnos. Yo ando ya bastante achispada debido a que antes, durante y después de la cena me obligaron a beber vino constantemente, a la copa del pub y mi tolerancia 0 al alcohol. Nos montamos en el coche y después de ver las colas que hay en los otros pubs optamos por robar alcohol de la cocina de su madre e irnos a casa de su padre (que está en un cotillón en Tarifa). Volvemos, pues, a su casa y Miguel ha olvidado la llave de fuera. Se sube a una valla, mete el brazo por algún lado y acciona el interruptor de la puerta. Cogemos el alcohol y el coche y vamos a casa de su padre. Miguel también ha olvidado la llave de la casa (en Madrid esta vez) pero dice que su padre deja una escondida. Se sube a un reborde de una columna y tantea con la mano encima de una viga del porche. No encuentra la llave, baja y dice: “voy a arriesgar mi vida”. Sin que me de tiempo a pensar nada Miguel despliega su poder arácnido y empieza a trepar por la columna y en un segundo se ha subido a las vigas del porche y está de pie sobre ellas. Yo estoy flipando y con la boca abierta porque además está super oscuro así que empiezo a sacarle fotos y a deslumbrarle con el flash. La llave definitivamente no está, tratamos de forzar las ventanas sin éxito y nos largamos de allí. El siguiente lugar en la lista es la casa de una tal Violeta. Volvemos a entrar en casa de Miguel, buscamos la llave del coche de su madre, en cuyo interior están las llaves de la casa de Violeta, que resulta ser una urbanización en vez de una persona. Allí por fin tenemos éxito en nuestro allanamiento de morada y permanecemos hasta las 7 de la mañana, hora a la que vamos a comer churros y luego a casa de Miguel a dormir. Nos despertamos a la una más o menos, nos duchamos y nos vamos al hotel que dirige su madre para un almuerzo buffet al que estamos invitados. El almuerzo buffet es en realidad un “brunch”, lo que significa que hay comida de desayuno y no de almuerzo (panes de muchos tipos para tostar, mantequilla, mermeladas, zumos, cereales…). Para los que no sepan muchas cosas de mí, diré que yo venero a las tostadas y cereales como único Dios verdadero y que cada desayuno es un acontecimiento sagrado e inolvidable que me hace levantarme de la cama por las mañanas, así que con lágrimas de felicidad en los ojos y agradeciendo todo a las frambuesas me dispongo a atiborrarme de tostadas y frutas.
El resto del día transcurre con normalidad, jugando al Monopoly Disney (vuelvo a ganar yo) y perdiendo el tren que me tiene que llevar de vuelta a Sevilla. Empiezo a pensar que tendré que aplicar el método de dar la vuelta a las bragas pero afortunadamente aún me queda como ropa interior limpia la parte de abajo del bikini que llevé por si íbamos a un balneario. Así pues, me encuentro ahora en un tren a Sevilla que he cogido a las 7:07 escribiendo todo esto, a pesar de que he dormido unas 13 o 14 horas en 3 días. Estoy llegando a Dos Hermanas (a.k.a. Cuatro Tetas), así que ¡feliz año nuevo a todos! :)